LA EXPANSIÓN DEL LATÍN

mapa de la influencia del latín

Fueron pragmáticos, tenaces y realistas, y estuvieron dotados de un envidiable sentido común, tal vez por eso fueron, demás de campesinos, soldados. Y se mostraron particularmente hábiles en la organización, explotación y administración de los territorios conquistados.

Hasta 241 a.C. no iniciaron sus expediciones marítimas.

Primero incorporaron las islas vecinas: Sicilia, Cerdeña y Córcega.

Después llegaron a Hispania porque los cartagineses, herederos de los fenicios, no dejaban de importunarnos. Llamaron a aquello Guerras Púnicas.

Expandirían más tarde sus dominios por las llanuras del río Po, al norte de la península Itálica, por las costas sureñas del mar Adriático y por Macedonia.

Le siguió Grecia, que ha de servirle de fuente cultural para el refinamiento de su propia lengua. Llegaron al norte de África, a Siria, a Asia Menor, a Egipto, a las Galias (Francia) y a Retia (Suiza).

En el primer siglo de nuestra era atravesaron el canal de la Mancha hacia Britania (Inglaterra). Poco después llegaron a Dacia (Rumania).

El Imperio se ampliaba acuciado por esa necesidad de protegerse del enemigo exterior, que cada vez está más lejos porque las fronteras se ensanchan. La mejor defensa, así lo ve el Senado de la República, una buena expedición militar, la derrota del potencial enemigo y la asimilación.

Roma deja de estar en Roma para trasladarse por los rincones del Imperio. Difunde su modus vivendi y apuesta por una paz social que se alza como factor de desarrollo. Aquellos principios de convivencia se repiten constantemente.

El latín se instalaba primero  en las ciudades. Le ayudan los principios de convivencia que impone la Lex Romana, de obligado conocimiento para un ciudadano libre. El verbo latino legere (leer) tiene la misma raíz que legis (genitivo de lex, ley). El latín es la lengua sagrada de la ley, y la ley es sagrada. El aprendizaje se realiza desde la infancia. Chicos y chicas acuden a la escuela para aprender las doce leyes que garantizan la convivencia. A menudo las memorizan. Su gran creación, aquello que durante tanto tiempo garantizó la convivencia, fue el derecho romano, un minucioso código legal que regulaba claramente derechos y deberes.

El poder sobre territorios tan distantes necesitaba una lengua sólida capaz de hacer frente a las necesidades administrativas, a la organización de la vida pública y al fortalecimiento de la cohesión. Un imperio y una lengua, esa ha sido la exigencia en la historia para lograr la cohesión de un pueblo.

Europa y el norte de África se romanizaron. En las ciudades de nueva creación los primeros pobladores fueron colonos llegados de Italia, generalmente soldados a los que se les recompensaba con lotes de tierras. Otras poblaciones indígenas recibían el estatus de ciudad. En ambos casos el gobierno municipal dependía de una asamblea de ciudadanos con derecho a voto entre los que se elegía a dos alcaldes y a unos cuantos concejales. Los cargos duraban un año. Las posibilidades de corrupción, que seguro que las hubo, eran mucho más limitadas que en la actualidad, y los responsables municipales procuraban no fallar si querían mantenerse en el cargo. Tiendas, posadas, almacenes, médicos, boticarios. Abogados, carpinteros, alfareros, profesores, herreros, músicos, artistas, y no faltaban tabernas y prostíbulos.

Durante mucho tiempo, no sabemos cuánto, el imperio fue ambilingüe. Luego las lenguas prerromanas desaparecieron. La suerte del latín fue la estabilidad durante los cuatro siglos de su periodo clásico, desde Plauto hasta el final del imperio. A partir de entonces se quebró la unidad, pero se mantuvo un largo periodo como lengua escrita culta, y como lengua religiosa.

Los romanos ni imponían su lengua ni llevaron a cabo ninguna acción contraria a las lenguas de los vencidos, generalmente ágrafas o poco escritas, que fueron debilitándose o desaparecieron ante la fuerza arrolladora de la cultura de los vencedores.

En el origen los prisioneros de guerra y sus descendientes fueron esclavos. Los esclavos griegos fueron los más valiosos porque desempeñaron funciones de médicos, pedagogos, contables y administradores… Sus dueños, familias pudientes, los trataban con amistosa y merecida deferencia por su delicada educación. Otros pertenecían a la administración del Estado o a la local. Estos últimos solían ser poco cualificados y vivían en peores condiciones, a menudo dedicados a trabajos agotadores o insalubres: obras públicas, labranza, trabajos difíciles… Sólo en las minas de Cartagena llegó a haber cuarenta mil esclavos, y los empleados en latifundios andaluces pudieron, en algún momento, superar los doscientos mil. Casi todos eran extranjeros. Los romanos procuraban deportarlos porque apartarlos de sus lugares de origen se acomodaban mejor al cautiverio. Esto explica que en las lápidas sepulcrales de esclavos y libertos halladas en España abunden los nombres foráneos, mientras que los hispanos aparecen en regiones lejanas.

No hace falta añadir que los desplazamientos acababan los las lenguas vernáculas y en la mezcolanza, se alzaba el latín como única lengua de comunicación.

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